Un sueño, una realidad... fragmento de Mi Yo.

Era una tarde de frío, pero en el cielo brillaba un radiante sol.
Estaba apurada; miraba cómo avanzaba la manecilla del segundero en mi reloj, haciendo morir los segundos anteriores y me desesperaba al notar la gran demora que llevaba.
Mi rostro reflejado en el vidrio de mi reloj era la viva representación de la impaciencia.
Me acomodé los lentes, la ropa y volví a mirar la hora. Comencé a mover mi pierna derecha en un gesto nervioso.
Miré mi celular en busca de un mensaje: no había ninguno.
Pensaba qué le diría al médico cuando notase que el horario en el que llegaba no coincidía con el del turno.
El sonido divinamente ronroneante del colectivo que se avecinaba borró la impaciencia de mi rostro y, cual plumero al polvo, disipó mis pensamientos.

Subí, saludé al chofer como acostumbro hacer, pedí mi boleto de 80 centavos, lancé la moneda en la máquina y, boleto en mano, me dirigí a un asiento disponible que daba hacia el centro del colectivo, pero no hacia la ventana, pues a mi lado se sentaba un hombre algo mayor, canoso, que reposaba ( asumí yo ) hasta su parada.
Una vez acomodada, tomé de mi bolso mi mp3.
Los cables de los auriculares estaban espantosamente enredados.
El movimiento frenético y nervioso de mi pierna derecha había vuelto mientras mis manos se mataban por desenredar esos malditos cables.

Repentinamente el colectivo dobló en una esquina bruscamente y mi mp3 -que se encontraba en mi regazo-, fue a parar al suelo. El hombre a mi lado seguía durmiendo.
Mientras me agachaba a recogerlo me di cuenta que la que se venía era mi parada.
Levante la cabeza incorporándome del suelo y al dirigirme hacia la puerta, eché, al pasar, una mirada a través de la ventanilla.
Imposible.
Lo que vi ahí era imposible.
Aire, necesitaba aire.
Un chico, un chico divino, un chico eterno.
El chico.

Fue sólo un segundo lo que duró mi mirada posada en él, más que una mirada fue un fugaz atisbo de su belleza, un solo instante que todo mi cuerpo captó, que todo mi cuerpo sintió … y luego el hermoso muchacho de mis recuerdos desapareció al doblar la esquina. La esquina en la cual yo debía descender.
Me moría.
Mi mano se agarraba firme del caño del colectivo como sabiendo inconcientemente que si se llegaba a soltar caería, pues mis piernas hacían un gran esfuerzo por sostenerme de pie.
El colectivo frenó en la esquina.
Me terminé de dirigir hacia la puerta lo más rápido que podía para descender.
La bajada fue muy atropellada.
Podía escuchar el ruido del motor del colectivo alejarse y el humo que provocaba al arrancar era lo único que llenaba mis pulmones.
Necesitaba aire puro.
Caminé unos pasos sobre la cuadra y al apartarme del humo inspiré una profunda bocanada de aire mientras me apoyaba en la pared de un edificio, débil.
Miré a la gente cruzar la cuadra cuando el semáforo de la esquina se puso en rojo.
Mi mente iba a mil por hora.
¿Había sido mi imaginación?
¿Debía seguirlo?
No podía despertar…
¿Qué hacía él ahí?
¿Qué hacías vos ahí…?
Me desmoroné sobre la pared y mi mp3 junto con la campera -que me había quitado durante el sofoque- cayeron a mis pies.
Sin quererlo, mi cuerpo empezó a temblar.
En eso lo vi otra vez, cruzando la esquina.
Lo vi otra vez.
Sí, otra vez.
¡Entonces no era producto de mi imaginación!
Quise gritar, llamarlo, pero mi voz no salía de mis cuerdas vocales.
Quise que me viera, que viniera a mí, que me quisiera otra vez.
Pero mi voz no salía, y si no lo llamaba, ¿cómo vendría?

El se volteó y me miró.
No me miró al pasar como cuando uno distraído mira a la gente a su alrededor, ni se había volteado en busca de algo: se dio vuelta pura y exclusivamente para verme a mí.
A mí, en el suelo, débil, muda,… sola.
Me miró fijamente, con unos ojos de color ámbar, de color verdemar, de color celeste… con una mirada que no pude distinguir qué sentimiento destacaba… si extrañeza, o nostalgia, o pena, o amor, o…, o desprecio.

Sin poder creerlo, yo -aún muda y derrumbada en el piso- fui vislumbrando cómo él dejaba su camino para ir a mi encuentro.
Desde el suelo se veía más alto que nunca, llevaba sobre su espalda su guitarra en el usual forro negro.
Llegó a mí, tomó mi mano y me levantó.

Yo le miraba embelesada como una tonta.
Yo le miraba con el amor que le guardaba como una tonta.
Yo lloraba y reía en mi interior... como una tonta.

Quise decirle gracias, pero mi voz seguía sin salir.
Me ayudó a levantar las cosas en silencio y mientras me terminaba de ayudar y yo terminaba de acomodar todas las cosas, me sonreía.
Con esa bendita y maldita sonrisa que todavía recuerdo, con esos divinos dientes blancos, con ese gesto…
Creo que si no me volví a derrumbar en ese instante en el que había vuelto a ver su sonrisa, sencillamente fue porque él tomaba mi mano fuertemente.
Mi corazón que a duras penas había retomado su cantidad de latidos habituales, ahora volvía a latir a mil por hora.

-Hola
Asentí avergonzada como gesto para saludarlo, pues mi voz aún no se animaba a salir.
No sé bien cómo fue, no lo recuerdo.
Pero repentinamente él acercó su rostro al mío.
Si recuerdo, sin embargo, ese instante.
Ese instante previo, previo a aún no sabía qué, pero si esperaba ese “qué”; sentí el aroma de su aliento, su calor…
Ahora me abrazaba, y nunca lo creí más correcto pues empecé a temblar un poco.
Y, habiendo anhelado eso como nunca, él me besó.


No sé si fue largo o corto, no sé si fue rico o feo, no sé si el tiempo corría o si detuvo todo en un segundo, en ese momento no sabía nada.

Me soltó.
Me dejó caer.
Sin amor.
Sin ternura.
Con desprecio.
Con desenvoltura.
Como quien tira un pedacito de papel al suelo.
Como quien se despoja de algo que nunca le importó.
Por que sí.
Por que sí…

Me dio la espalda.
Y escuché su voz otra vez, su voz grave, fuerte, seductora, que susurró: “sabes a frío, sabes a miedo, sabes a llanto, sabes a olvido”.
Siguió caminando.
No volvió a mirarme siquiera.
Se alejó.
Se esfumó.
Me olvidó.

Y yo, como una tonta me quedé con lágrimas en los ojos, como esperando que volviera… como esperando que volviera…
Siempre estoy esperando que vuelvas, que vuelvas...
Después de tanto tiempo… sin que hubiera pasado nada lo suficientemente importante entre nosotros… ¿Por qué dejaste esta marca en mí? ¿Por qué después de tantos años sigo soñando con vos?
Recuerdo que lloré mucho.
Tirada, abandonada, dejada,…vacía.
El horario, el médico y todo me importaba un cuerno.


Me restregué los ojos al despertar.
Había lágrimas en ellos…



Voy a ser caliente, voy a ser valiente, voy a sonreír siempre, voy a ser un presente…
No para vos... para mí, para mí, para que de una vez por todas… puedas soltarme... pueda yo liberarme de tus cadenas, de tus ataduras.
Soy débil, y siempre lo seré, pero vos no vas a ser mi debilidad.
Ahora es momento de que yo te deje, te olvide, te arroje a mis recuerdos y no te permita seguir perturbando mi presente.

Chau.