9.10.20

Cam

Si mañana me dicen que esta enfermedad no existe más y que puedo salir de acá tranquila, juntarme con mi familia, creo que igual no lo haría. Quiero. Quizás me animaría. Pero los amo demasiado como para poner en riesgo sus sonrisas. Pienso en las salidas con el grupo y también extraño esas risas, la carcajada limpia, los juegos cómplices, el buen rato.

Me acuerdo de sus caras de incredulidad a fin de año, cuando les conté que crucé el río helado, sólo para llegar a tiempo, sólo para verlos y compartir juntos ese momento. Me río. Siempre que pienso en eso me río. No sé si es por su sorpresa o por la mía, de haber quedado expuesta, de haberme desnudado para poderlo cruzar. Qué coraje, haberme animado a algo que no habría pensado antes. A lo mejor la risa me viene porque fue un desafío logrado, un momento de juego, de divertido atrevimiento. 

Hay que seguir trabajando ahora. Animarse a otras cosas: a encontrar la calma en la rutina, a disfrutar del día desde adentro, saber regalarme el tiempo para disfrutar de mí misma, aprovechar y darme las cosas que me hacen bien, escribir, pensar, jugar, explorar mi interior, comer mango a lo pavote, dormir un poco sin culpa.

Esta mañana el trabajo estuvo denso. Por suerte (no sé si mi bolsillo piensa lo mismo) son sólo seis horas. Después el día es mío. La tarde, mejor dicho. 

Me ducho rápido porque si demoro la fila se hará interminable y estaré allí más tiempo del planeado. La idea es volver con tiempo. En el apuro casi me olvido las bolsas y tengo que volver.

Trato de no escuchar música cuando estoy afuera porque quiero absorberlo todo. Estas escapadas por comida son mi único paseo legal. Voy tachando cosas de la lista mientras me sonrío. Estoy entusiasmada porque esta noche vamos a jugar un juego. Hay gente nueva y me pregunto cómo será esta vez. 

Salí tan ensimismada que casi piso el sapo reventado al costado de la vereda. No lo miré dos veces, lo reconocí de lejos y corrí los pies en un saltito asqueado que nadie advirtió. Cuando llegue a casa por si acaso limpio las zapatillas. 

Desinfectar todas las cosas es un tedio. Volver a bañarse. Pero lo divertido es imaginarme la cantidad de gente que habrá tocado las cosas que compré. La vida de esos objetos. Me los imagino esperando que los adopten, viendo las caras de las personas cuando leen sus etiquetas o se espantan con sus precios, este frasco parece que ladra mucho, los fideos tienen pinta de que se portan bien, leales. 

Cuando termino todo abro el libro que dejé a medio leer anoche y avanzo un poco. Un sólo capítulo me digo, no quiero engancharme porque tengo que estar lista para dentro de un ratito. No hay caso, la abstracción es inmanente y sólo logro salirme cuando suena el celu con el mensaje "Hola, Cuadernos..."