26.7.08

A mi añorado Tío Gastón.

Esperaba con ansias, con un deseo desenfrenado y loco, que sonara el timbre. Ese milagro que marcaba el fin del jardín y el inicio de una tarde con vos.
Anhelaba el roce de tu mano, que me tomaras en tus brazos, me abrazaras, me sonrieras, me hicieras chistes y, -con mi hermano-, fueramos todos a la plaza a jugar un rato.

Decir que te extraño es pronunciar dos palabras que en realidad no enuncian ni una pequeña porción del enorme sentimiento que llevo dentro. La sensación es más profunda, es un desgarro, es un dolor, es un vacío: un espacio de mi corazón que quedó detenido en aquel momento mismo de tu partida y en el cual se revuelven recuerdos cada vez que escucho tu voz, que actúa de cucharita. O de energía que enciende, que me despierta, el sonido de tu voz automáticamente me traslada a tiempos añorables, y me hacen pensar en cuando era hica y me quedaba paradita en la puerta del jardín, esperando que vinieras a buscarme, y entonces entre la multitud de padres, madres, tíos y demás parientes que buscaban a otros nenes que no eran ni yo ni mi hermano, aparecías vos.

Y mi mundo se iluminaba con tu presencia, con tu sonrisa, con tu llamado, con tu abrazo, con tu amor.

Y jugabamos juntos.
Y bailabamos juntos.
Y escuchábamos y cantabamos como locos canciones de Ricky Martin y Diego Torres.
Y nos hacías la leche chocolatada.
Y te decía que tenías pelo de nena, que tenías que cortártelo; y cuando lo hiciste no me gustó como te quedaba y me sentí triste.
Y nos llevabas a las hamacas, a jugaral fútbol.
Venías a nuestros actos del colegio,
a las exposiciones de plástica,
a las obras de danza,
a las prácticas de natación.
Siempre ahí, siempre queriendonos, siempre alentándonos...

Y tu espacio, ese que es solamente tuyo, nadie lo pudo ocupar, porque nadie nunca me va querer y cuidar de la misma manera especial en la cual lo hacías vos.
Y ahora aunque espere en la puerta llena de ilusión como antes, sé que no vas a venir a buscarme, y mostrarme tu contagiosa risa y no porque no quieras, sino porque no podés, porque estás muy lejos y porque elegís estar ahí a pesar de todo; y entonces yo, abrigada con tus recuerdos cruzo el umbral de la puerta y me lanzo de lleno al frío de tu ausencia.



(Perdón por los errores)