Nos rompemos. Bastante seguido, de hecho, queramos o no.
Es imposible de impedir. Sería no sentir en lo absoluto.
Se vuelve difícil después hallar nuestros pedazos. Más complicado aún, cuando no los encontramos.
Pero eso no debe detenernos en la búsqueda. En la tarea de encontrarse con uno mismo.
Nuestros daños están porque sentimos. Nuestra fragilidad.. es hermosa. Todas esas grietas y fragmentos que nos quedan son la muestra de nosotros mismos. Son preciados.
Y nos enseñan. Cada pedacito contiene una historia, un aprendizaje.
Es necesario quererse a sí mismo. Amar cada una de esas partes. Juntarlas. Hacerlas propias.
Aunque tome tiempo. Aunque cueste. Aunque duela.
Es preciso esforzarse para superar(nos).
Es preciso resolver. Recuperarse.
Después de ese hercúleo trabajo, de volver a ser uno entero, sólo queda animarse a descubrir otra vez.
A sentir de nuevo. Sin miedos.
Durante mucho tiempo creí que nada me iba a tocar. Que nada iba a volver a hacerme sentir adentro.
Que mi ser estaba reseco. Que no iba a volver a ser naranja.
Resultó que eso fue cierto a medias. Sí volví a sentir: había un montón de sensaciones y de vida dentro de mí. Jamás me sentí naranja otra vez. Pero pasé por un montón de colores.
Y amé muchísimo cada uno de los momentos que me hicieron pasar por esto.
Amo mi historia. Amo lo que viví. Cada cruce me marcó, me enseñó.
Gracias.
Dar. Dar todo. Siempre.
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