El primer paso para entrar es salir.
Qué curioso que las definiciones a veces sean por el opuesto, por la contraria.
Para dejarse abrazar a sí mismo es preciso soltarle las manos al afuera.
Decirle, disculpame, pero las necesito en este momento.
¿Por qué esa necesidad de pedir disculpas?
La verdad es que no quiero dejártelas. Así, sin culpa judeo-cristiana.
Son mías, no tuyas, y las requiero.
Preciso preciosamente priorizarme.
Anhelo recorrerme, reconocerme y reencontrarme.
Deseo moverlas libremente, en un vaivén, en un ven ven en un bye bye...
Acercándose y alejándose de mí, correteando por doquier, surcando el espacio.
In crescendo, in diminuendo.
Sintiendo el aire delicioso entre las plumas, que me eleva.
El sol me da en la cara (siempre).
El frío del agua salpicando la madera, mientras me muevo hacia adelante.
El impulso colma el ser.
Que se desdibuje todo el alrededor.
Saber que puedo llegar más alto, más lejos.
(Des)balancear el cuerpo, que es tan mío como las hojas que se desprenden de los árboles.
¿Se puede estar compenetrado y desenfocado al mismo tiempo?
Se puede todo.
Respirar consciente.
El primer paso para soltar es agarrarse.
Qué curioso que las definiciones a veces sean por el opuesto, por la contraria.
Me tomo firmemente de mis capacidades, a veces también torpemente.
Unos traspiés hay en los giros, pero la alegría está en que nada me importa más que este momento.
Que asir este momento, el rayo que me parte los huesos dirías vos.
Pero más que quebrarme y quedarme rígido ahí, siento más bien que toda ese energía me moviliza.
Esa suave fuerza se traduce en piruetas más rápidas, en saltos, en sonrisas.
En expresión, en explosión.
Veo al frente, atrás, alrededor y no veo nada, estoy diciendo todo.
Me enrosco, me tuerzo, torno, viro, fluyo, en ese espacio reducido que en realidad se ha ampliado tanto, ya no soy yo. No soy sólo yo.
Soy un sonido que trato de interpretar, la antena para ese rayo.
El recipiente transparente atravesado por la luz.
El espectro visible, lo abarco todo.
A la vez, somos simplemente un punto en el espacio.
(Pero sin angustia, con comprensiva quietud, inusitada calma mientras me desplazo en tantas direcciones).
Clásica, ¿no?
Sí, es la única que logra este transporte entre realidades, entre las ficciones que nos contamos, los mundos verídicos que inventamos.
Estas plumas, estos remos, esta energía, lo que dejé de ser, la forma que acepté...
Pienso.
Escribir es esto.
Es agarrar eso que está ahí, e interpretarlo, dejar que me cale, que se funda: sentirlo en mi lengua, en mi sangre, en mis huesos, en mi cabeza, en mí. Hacerlo propio bien propio, tan propio que es plural, que es ajeno, por supuesto, es uno y somos todos. Es individual y universal, es casero y artificial, es mentira y es verdad. Ese lugar dual donde soy todo lo que no soy y lo que soy también. También.
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Qué ironía que escribir sea tan parecido a danzar.