29.11.08

Carta.

Una letra, juntita a la otra.
Una birome que emerge y se sumerge en el mar del papel a rayas, esas rayas perfectas, esas líneas que determinan a qué lugar pertenecés.
Un renglón más.
Un renglón menos.
Una expresión más, una expresión menos.

¿Qué escribo? ¿Qué escribo?
Tomás el pincel y te dejas llevar sin saber cuál va a ser el resultado, a dónde te va a llevar ese viento que sopla suave en tu corazón y en tus oídos, que te susurra cosas nostálgicas, cosas alegres, cosas tristes en tus oídos y en tu corazón.

Te imagino mirando el papel, con tus emociones mezcladas pero juntas, unidas en un puño.
Querés transmitir todo, pero a la vez no todo; porque si lo hicieras quizás la otra persona se sentiría mal, se sentiría triste, y no queremos poner tiste a alguien tan importante como esa personita, ¿no?
Esa personita que está creciendo, que está cambiando, ante tus ojos.
No, ante tus ojos no, ese es un mero decir. Está cambiando ante tu voz: son sus palabras, su forma de expresarse, la que te hace notar su crecimiento.

¿Qué podés escribir?
Dejate llevar, dejate llevar.
Que la tinta fluya, que la tinta transmita todo lo bueno que deseas para ella y que también permita que vea cómo la querés, cómo la extrañás, cómo la apoyás, cómo siempre vas a estar para ella, sin importar la distancia.

Tu memoria te ayuda, sus propias palabras te sirven; sabés que se va a emocionar, sabés que ella también te quiere, también te extraña, también te apoya, también siempre va a estar para vos, sin importar la distancia.

Y así, sin más, de repente todo brota solo, sin esfuerzo, sin dificultad; la melodía que entonás llega a sus oídos, una melodía calma, nostálgica, dulce, con sabor a chocolatada, con calor de sol y con olor a lluvia.

Ella toma la carta una mañana, agotada al regreso de una noche supuestamente divertida, la lee detenidamente; piensa, recuerda, llora. Esa personita puede sentir tu abrazo, pero no sabe cómo hacerte llegar el suyo; no sabe cómo decirte que lo recibió y que te lo agradece.
Es ahora ella la que se encuentra frente a ese mar virtual, ese cielo blanco que desea ser pintado con muchos colores, llena de interrogantes

¿Qué escribo? ¿Qué escribo?
Y entonces toma el pincel inalámbrico y "tacatacataca", empieza a pintar con botoncitos su obra de arte.

Una letra, juntita a la otra.
Un pensamiento que emerge y se sumerge en las líneas invisibles del horizonte, ese horizonte hermoso, ese cielo que determina a qué lugar perteneces.
Un renglón más.
Un renglón menos.
Una expresión más, una expresión menos.

Todos esos simbolitos, esos dibujitos negros que formaron palabras, pueden reducirse en breves líneas: te quiero, te extraño, te apoyo, gracias.

Espero que mi abrazo te envuelva, te transmita todo el cariño que te tengo, todo el calor que quiero brindarte, toda la calma que quiero regalarte, toda la fuerza que quiero darte, todo el ánimo que anhelo entregarte, todas las gracias que trato de decirte.

9.11.08

III



El día que escapé, llovía.

Y no era una simple lluvia. El cielo dejaba caer gotas a montones, pequeños diamantes que se fundían con cada fibra de algodón al caer sobre mi ropa y que daban como resultado un cuerpo que se volvía cada vez más y más díficil de cargar, un cuerpo de piedra, un cuerpo de hierro.

Gotas que se confundían y en vez de caer del cielo, caían de mis ojos, mezclándose con las lágrimas que -perdidas- tapaban una a una cada gotita de lluvia extraviada.

Gotas que alejaban al resto de la gente de la calle, pero no a mí.

Gotas que sin querer, lo atrajeron.